Todo crimen conmueve. Si ese crimen ocurre en una barriada de gente trabajadora, e involucra a gente de trabajo, más conmueve aún. Si además se da en el contexto de una ciudad con niveles de inseguridad crecientes, con un estado provincial ausente a la hora de dar respuestas y en un clima político de tiempos preelectorales, la combinación es un paquete con moño para los que esperan el regalo de una oportunidad de sacar ventajas.
La muerte de Cristian Rey en la mañana de este jueves sacudió a Rafaela. La noticia corrió con la velocidad de internet y las especulaciones se alimentaron del chisme pueblerino: "lo mataron en un robo", "todo por un celular de mierda", "Rafaela ya no es lo que era", "eso porque traen villeros de afuera", "sigan alimentando vagos...". En la volteada caen justos y pecadores. Los pobres pasan a ser peligrosos, la residencia reciente en Rafaela es motivo de sospecha. Y las responsabilidades, qué bien, se diluyen en el barro del rumor, en la vaguedad de las generalizaciones, en la estigmatización de los inocentes y la impunidad de los culpables.
En medio de todo, es responsabilidad de los comunicadores tomar distancia del hecho y tratar de obtener información fidedigna. No las cartas anónimas y los comentarios desagradables y racistas de las redes sociales, o los comentarios interesados de algún lobo disfrazado de oveja.
Con el paso de las horas, algunas certezas trascendieron en torno a la investigación. Hay tres detenidos. Esos detenidos son rafaelinos. No eran delincuentes que asaltaron al voleo a Rey: conocían a la víctima, estuvieron juntos un rato antes, hubo una discusión, quedó alguna cuenta pendiente, la sombra del consumo anda por ahí. La policía actuó rápidamente, se detuvo a los sospechosos, se los puso a disposición de la justicia. No eran villeros, no eran "extraños a Rafaela", no eran "delincuentes de afuera". No eran pobres importados. En todo caso, eran pobres nuestros, hijos de nuestras desigualdades, víctimas -sí, a veces también los asesinos pueden ser víctimas- de nuestras fallas como sociedad. Mal que nos pese.
Que no nos confundan los lobos disfrazados de ovejas.