La preocupación y la tristeza que nos atraviesan como argentinos tienen que ver con un país en situación de quebranto, desigualdad y desamparo, en el que más del 40% de personas son consideradas pobres, y de ellos la pobreza que afecta al 54,3% son menores de 15 años… (*). En el otro extremo del rango etario están los jubilados para los que se anunció un haber mínimo muy lejano a los valores de la canasta básica.
El panorama es desgarrador, nuestros jóvenes y nuestros mayores están en la peor situación, en un país que tiene evidente gran potencial para producir al que continuamente se le imponen trabas y obstáculos que dificultan su actividad.
No es momento de pensar a dos años… Se requiere ya un ejercicio profundo y a conciencia de autocrítica sobre cómo llegamos a estas cifras. Resulta urgente un accionar en favor de dirimir las diferencias y consensuar decisiones que favorezcan el crecimiento, el trabajo genuino, el devolver al ciudadano la capacidad de ser libre y soberano en cuanto a la generación de su ingreso y la manera en que decide gastarlo. El Estado, con el aumento desmesurado del gasto público, no hace más que querer tapar el sol con la mano. Evitemos naturalizar la idea de que el Estado debe “hacerse cargo y decidir por todo”. Asumamos las responsabilidades individuales y valoremos lo que hace cada sector productivo.
Reconocemos las intenciones de acciones positivas puntuales que se logran en los ámbitos locales, que ayudan, alientan pero lamentablemente no tienen peso en la densa estructura de la economía nacional.
Nuestros dirigentes tienen el deber asumido de hacer cumplir la Constitución Nacional, de “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”.
Es tiempo con urgencia por materializarlo…