Llegó el día donde comenzaremos a vislumbrar primero los candidatos a la presidencia y probablemente, como orejeo de carta de truco, el posible conductor del país los próximos cuatro años. Pero en este lío de candidatos, propuestas vacías, eslóganes repetidos, ataques y descalificaciones entre candidatos y votantes, sumado a bombardeo de imágenes electoralistas y golpes bajos con aprovechamientos de desgracias para conseguir un voto, debemos mirar qué modelo de país deseamos tener, para dirigir nuestro sufragio hacia quien nos parezca constructor del mismo.
Ese modelo es el que pueda establecer una sociedad que esté fundamentada en los principios de justicia y equidad, solidaridad, respeto por la dignidad humana y por supuesto amor entre los ciudadanos, donde la libertad se aprecie como un valor fundamental, la que debe ejercerse de manera responsable y considerada, buscando un equilibrio entre la libertad individual y el bienestar colectivo, priorizando la igualdad de oportunidades y la participación democrática para crear una sociedad en la que todos tengan la capacidad de prosperar, mientras se respetan los derechos y necesidades de los demás. Esto implica que la verdadera libertad solo puede existir cuando todas las personas tienen igualdad de oportunidades y acceso a los recursos necesarios para desarrollarse plenamente, lo que justifica la implementación de políticas que reduzcan las desigualdades económicas y sociales, brindando a todos un punto de partida más equitativo. También que reconozca la dignidad intrínseca de cada ser humano, independientemente de su raza, religión o posición social. Esto implica que todas las personas deben ser tratadas con respeto y justicia. Debemos convertimos en un sitio donde se busque el bienestar y el bien común de toda la sociedad, asegurándose de que todos los miembros de la comunidad tengan acceso a las necesidades básicas como alimento, vivienda, educación y atención médica. Promoviendo la idea de que todos los individuos deben apoyarse mutuamente y mostrar compasión hacia aquellos que sufren o enfrentan dificultades. Aquí se debe destacar que es muy importante que se tenga foco en la responsabilidad y subsidiariedad personal y colectiva, donde se espera que los individuos contribuyan al bien común y se responsabilicen de sus acciones. Respecto a la subsidiariedad, este principio sugiere que los asuntos deben ser manejados a nivel más cercano a las personas afectadas. Es decir, los problemas deben ser abordados en el nivel más bajo posible y solo se deben recurrir a instancias superiores cuando sea necesario, dejando para el final la participación del Estado, quien debe mermar la misma por ser un posible generador de desigualdades cuando su acción es exagerada, debiendo quedar solo para la atención de aquellos individuos que se encuentren desprotegidos y no puedan valerse por sí mismos, acompañándolos solo hasta que logren la autonomía.
La participación del Estado debe limitarse a algunas áreas específicas, como la justicia y la defensa exterior, así como el establecimiento de marcos regulatorios que generen un entorno estable y predecible para la inversión y la actividad económica. Esto implica la promulgación de leyes y regulaciones claras que protejan los derechos de propiedad, fomenten la competencia leal y brinden seguridad jurídica. Debe trabajar para reducir la burocracia y agilizar los procesos administrativos, facilitando la creación y operación de negocios. Menos barreras burocráticas a menudo conducen a un entorno empresarial más dinámico, avivando el espíritu empresarial a través de programas de financiamiento, asesoramiento y capacitación para emprendedores. El emprendimiento puede generar nuevas oportunidades económicas y estimular la innovación, a la vez que representa una forma de ganarse el sustento diario.
Ojalá el acto eleccionario de hoy sea el comienzo de ese país que todos soñamos y no la continuidad de un deterioro de valores, destrucción de riqueza y de sueños y oportunidades para los ciudadanos y todos aquellos que quieran habitar el suelo argentino.
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