A pesar de que finalmente los delincuentes que tienen en vilo a Rafaela van cayendo uno a uno, el problema de la inseguridad no mengua en la ciudad. Se repiten los tiros producto de enfrentamientos entre bandas, continúan los arrebatos violentos a mujeres, las viviendas siguen siendo blanco de ilícitos, a los comerciantes se los despoja de sus ganancias y la droga continúa paseándose por los barrios. Moco Verde, Jaboneta, el Quete, el Mataperros… hasta llegar al “Loco” Pajul, todos pasaron o están en la cárcel; pero el problema sigue y a priori no tiene vestigios de mejorar. Es que quizás la solución no pasa solamente por el accionar de la Justicia y porque se acumulen expedientes en tribunales que desemboquen en prisiones preventivas a mansalva. Eso no significa que quien cometió un delito no deba estar preso, sino que en definitiva la única solución no puede pasar por ahí. Cuando “cae uno” aparece otro que ocupa su lugar, que se encarga de dar letra a las paginas policiales. Casi como una sucesión monárquica de la delincuencia. Una cadena que nunca se corta. Posiblemente por ahí pase parte de la solución: cortar la cadena de la delincuencia. “Atajar” en el camino a aquellos niños que sabemos vienen “predestinados” a ocupar lugares de delito si no hacemos algo. “Atajarlos” con políticas sociales, con inclusión, con mayores oportunidades. Posiblemente no podamos salvar a todos, pero como sociedad y como Estado tendremos la conciencia tranquila de que se hizo todo lo que se pudo y a alguno se pudo rescatar. Atajarlos en el camino es adelantarnos a sus pasos, salir al encuentro y no esperarlos detrás de la línea de la imputabilidad con el código penal en la mano. No esperando el día que cumpla 18 años para que reciba de regalo un par de esposas. Antes, mucho antes. A los 10, a los 8, a los 6. Antes. Antes que fueran un expediente en Tribunales fueron alumnos, hijos, chicos, asistentes a un club de fútbol, comenzales en un comedor de barrio. Alguien tendría que haberlos visto, alguien del Estado debería haber estado ahí. Claro que esto no se puede hacer de manera virtual, telefónica, a distancia, por mail. Esto hay que hacerlo en el territorio, en el barrio, en la villa, con recursos, con tiempo. Claro que no se trata de un trabajo práctico preelectoral para aprobar antes de llegar a las urnas. Se trata de un trabajo social profundo, silencioso, constante y que quizás no muchos estén dispuestos a realizar. Son las grandes inversiones económicas que no se ven, que no se aplauden a corto plazo, que no se descubren con una tela ni se mencionan en ninguna placa de bronce. Pero hay que hacerlo. Alguien tiene que empezar a hacerlo en serio. No existen atajos. Ya está comprobado. Podemos seguir encerrando, comprando patrulleros, agregando policías, agrandando las cárceles, endureciendo las penas; pero si no dejamos de “fabricar delincuentes” siempre vamos a perder. Ellos y nosotros. Todos. El peso de la ley, sin antes el peso de la oportunidad y de la contención social no sirve. Algún día debemos dejar de esperar que lleguen solos e ir a buscarlos, quizás alguno más podamos salvar.
Julio Armando