“Hay que dar, pero dar hasta que duela”. Si se revisa el siglo XX, la figura de la Madre Teresa de Calcuta es casi tan icónica como la de la recientemente fallecida Isabel II, aunque por motivos muy diferentes. Nacida en Albania en 1910 y convertida en monja en 1928, llegó a Calcuta para enseñar en una escuela y, conmovida por las condiciones de vida de muchos de sus habitantes, consagró su vida a tender una mano a los desvalidos. Como si fuera una especie de eco femenino del propio Jesucristo, se dedicó especialmente a ayudar a los leprosos, que eran millones en India. Estableció la orden de las Misioneras de la Caridad y su labor caritativa se extendió, al modo de un camino de hormiga, por el mundo.
En 1979, la Madre Teresa obtuvo el premio Nobel de la Paz y realizó su primer viaje a la Argentina, país al que volvió en 1982, a raíz de una invitación de Meny Bergel, científico que llevaba más de medio siglo de lucha contra la lepra. En esa oportunidad, la religiosa estuvo en territorio santafesino: tras una fugaz escala en el aeropuerto de Sauce Viejo, se trasladó hasta la ciudad de Rafaela. Allí participó de la ceremonia inaugural de la gran misión de esa ciudad, que tuvo lugar en la plaza 25 de Mayo frente a la Catedral San Rafael. Jorge Casaretto, que a principios de los ‘80 ocupaba el cargo de obispo de la diócesis rafaelina, tuvo a su cargo la misa.
“Demos gracias por habernos reunido para honrar a la madre de Jesús, nuestra madre. Pidámosle que nos de su corazón tan hermoso, tan puro, tan inmaculado. Su corazón tan lleno de amor y de humildad, que seamos capaces de amar a Jesús como ella lo amó y servirlo en la dolorosa persona del pobre”. expresó la Madre Teresa, entre otros conceptos. El mismo día en que estuvo en Rafaela, Teresa visitó Frontera, en el límite con Córdoba donde habilitó una casa de su congregación y pasó por el Hogar Don Orione de San Francisco.