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El día que Febo iluminó la historia de la Patria

"Febo asoma, ya sus rayos, iluminan el histórico convento; tras los muros, sordos ruidos, oír se dejan de corceles y de acero..." Recordatorio de infancias escolares, la Marcha de San Lorenzo evoca un capítulo histórico de las luchas.

Por Miguel Gonzalez. Fue un 3 de febrero, en otro ardiente verano litoraleño, en 1813, cuando el entonces coronel José de San Martín lideró a su recién creado Regimiento de Granaderos a Caballo para librar la primera y decisiva batalla militar destinada defender la recién conquistada libertad de la Patria. Febo, el dios sol de la mitología griega -incorporado a la letra de una de las marchas más bellas que se conozca y más cantada por generaciones de argentinos-, asomó en las barrancas del Paraná a la altura de un paraje denominado San Lorenzo, donde el río se ensancha y en cuya ribera se levantaba un villorio de unas veinte casas y un gran convento, el de San Carlos Borromeo.

Como recuerda el historiador Felipe Pigna en "La Voz del Gran Jefe", su biografía de José de San Martín, la batalla militar involucró a unos 400 hombres, muy pocos si se considera el impacto que tendría en el desarrollo histórico de los acontecimientos políticos de la época, centrados en la lucha de los criollos por la Independencia.

Los realistas, como se identificaban a las tropas de la corona española, eran unos 250 hombres mayormente acostumbrados al saqueo y al bandidaje más que a la lucha contra otros combatientes. Habían sido reclutados por los colonistas para poner fin a la sublevación de Buenos Aires, que desde mayo de 1810 había instaurado un gobierno propio, desconocido por la corona española, que sostenía desde Montevideo la continuidad del Virreinato del Río de la Plata.

Decididos a poner fin al desafío de los criollos, los realistas intentaron en primera instancia un bombardeo de Buenos Aires desde el río y luego havegaron aguas arriba, apoyados con 11 naves con su respectiva artillería, con la intención de desembarcar para dedicarse prolijamente a saquear lo que estuviese a su paso. No sabían que -seguidos por observadores dispuestos al efecto en la costa-, San Martín les preparaba una sorpresa en San Lorenzo.

 

El parte de la batalla

El propio San Martín remitió su parte de guerra al Triunvirato que gobernaba en Buenos Aires:

"Tengo el honor de decir a V.E. que en el día 3 de febrero los granaderos de mi mando en su primer ensayo han agregado un nuevo triunfo a las armas de la patria.Los enemigos en número de 250 hombres desembarcaron a las 5 y media de la mañana en el puerto de San Lorenzo, y se dirigieron sin oposición al colegio San Carlos conforme al plan que tenían meditado en dos divisiones de a 60 hombres cada una, los ataques por derecha e izquierda, hicieron no obstante una esforzada resistencia sostenida por lo fuegos de los buques, pero no capaz de contener el intrépido arrojo con que los granaderos cargaron sobre ellos sable en mano: al punto se replegaron en fuga a las bajadas dejando en el campo de batalla 40 muertos, 14 prisioneros de ellos, 12 heridos sin incluir los que se desplomaron, y llevaron consigo, que por los regueros de sangre, que se ven en las barrancas considero mayor numero. Dos cañones, 40 fusiles, 4 bayonetas, y una bandera que pongo en manos de V.E. y la arrancó con la vida al abanderado el valiente oficial Don Hipólito Bouchard. De nuestra parte se han perdido 26 hombres, 6 muertos, y los demás heridos, de este número son: el capitán D. Justo Bermúdez, y el teniente Manuel Díaz Vélez, que avanzándose con energía hasta el borde de la barranca cayó este recomendable oficial en manos del enemigo".

En su reconstrucción de la batalla, Pigna recuerda que "el violento combate de apenas quince minutos de duración dejó, entre los patriotas, 16 muertos y 27 heridos. Entre las bajas fatales, se encontraban Juan Bautista Cabral, muerto en el combate, y Justo Germán Bermúdez, muerto por hemorragia al día siguiente. Ellos, junto al bravo puntano sobreviviente, Juan Bautista Baigorria, pudieron salvar la vida de su jefe, cuando en medio del combate su caballo bayo (no blanco, por cierto) cayó herido y le aprisionó la pierna.

"Muero contento, hemos batido al enemigo". ¿Dijo Cabral esas palabras? Sí. El propio San Martín dejó constancia del testimonio y, un mes después de la batalla, pidió honores especiales para los caídos: “Considérense a las viudas de los valientes soldados que han rendido su vida en defensa de la patria y escarmiento de piratas agresores, con las pensiones asignadas según sus clases, y muy particularmente a la viuda del capitán Bermúdez; fíjese en el cuartel de granaderos un monumento que perpetúe recomendablemente la existencia del bravo granadero Juan Bautista Cabral en la memoria de sus camaradas, y publíquese el presente oficio con este decreto, y la adjunta nota en la gaceta ministerial para noticia y satisfacción de las interesadas, tomándose razón en el Tribunal de Cuentas”.

San Lorenzo, hoy

Ubicada 25 kilómetros al norte de Rosario, la ciudad de San Lorenzo (50 mil habitantes), se enorgullece de cobijar varios emblemas del ilustre combate. En ese sentido, destaca el llamado Campo de la Gloria, que fue el escenario real de la batalla. .

El predio, de dos hectáreas de extensión, es hogar del monumento “Alas de la Libertad”, y de monolitos dedicados a los soldados caídos en los enfrentamientos. Allí, cada 3 de febrero se conmemora la batalla con un acto y la “carga de caballería”, llevada a cabo por granaderos en servicio y sus potros y yeguas. En esta ocasión habrá varios actos recordatorios del 210º aniversario, pero la carga de caballería se hará el sábado 4, a las 19.

Otros íconos de la contienda y de la urbe son el mismo Convento de San Carlos (Construido por monjes franciscanos a finales del siglo XVIII; su capilla, patio central, celdas, cementerio y múltiples salones y galerías hacen hoy de museo), el Paseo de la Libertad (precioso circuito que sirve de balcón al Paraná), y el llamado Pino Histórico (bajo cuya sombra San Martín redactó el parte de guerra que luego enviaría a Buenos Aires).

 

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