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Educación

Escuelas en pandemia: reflexiones para compartir entre maestros

Las autoras sostienen que es el momento de deponer el rasgo academicista de la institución tradicional. Por Dalmar Fay y Marta Vennera (*)
Agrandar imagen Imagen Ilustrativa. Fuente: Internet
Imagen Ilustrativa. Fuente: Internet

Pensar la educación en tiempos de pandemia y cuarentena nos ubica en un escenario complejo e inédito. Las certezas se desdibujan y nos desafían a pensar las escuelas en este presente de emergencia, a la vez que se impone la pregunta por el día después. Inquietudes y temores, experiencias novedosas y prácticas reiterativas, interrogantes que se multiplican y respuestas transitorias, todo ha sido objeto de análisis y reflexión en el transcurso de estos meses. Conferencias, conversatorios, y publicaciones a cargo de reconocidos especialistas del ámbito académico y de gestión nos proporcionan material para evaluar y resignificar los acontecimientos en curso.

 

La singularidad de las escuelas se puso en evidencia a poco de iniciadas las acciones para responder al imperativo estatal de la continuidad pedagógica. Siguiendo los lineamientos de la Unesco, fueron mil quinientos millones entre directivos, docentes y estudiantes los que se vieron forzados a trasladar en tiempo récord sus actividades al mundo de la virtualidad. Mariana Chendo utiliza el término “migrante” para referirse a esta población de docentes y estudiantes que han sido desplazados a otro territorio, como exiliados o nómades sacados de su orden habitual. La virtualidad no es sólo una herramienta sino una lengua y una tierra. Tecnologías y plataformas con sistemas de gestión de aprendizaje digital, aplicaciones, videos, tutoriales. ¿Que son estas tierras? ¿Conocemos sus lenguajes? ¿Cómo cumplir sus exigencias? La virtualización compulsiva dejó expuestas las diferencias entre instituciones bien equipadas y aquellas ajenas a las prácticas virtuales; condiciones de desigualdad preexistentes a la pandemia que se replican en gran escala en muchos hogares de niños, niñas, adolescentes e incluso docentes, que carecen de herramientas tecnológicas y conectividad en redes. Gabriel Brenner nos advierte sobre la tendencia presente en la cultura escolar, de naturalizar la situación propia como si fuese idéntica para todos y desconocer que muchas veces las familias viven de modo muy diferente a las representaciones que tenemos los adultos escolares. El autor también señala la tensión e impotencia que esto genera en la situación actual de fragilidad en la que estamos inmersos. Por eso creemos que es necesario considerar la salud psicofísica de los docentes que, en general, han visto duplicar o triplicar su trabajo escolar en una virtualidad sin horario fijo a la vez que deben resolver las problemáticas de su propia dinámica familiar.

 

El gran desafío se concentró en la premisa general mundial de “preservar el vínculo pedagógico”, es decir “mantener la continuidad en la discontinuidad”. ¿A qué vínculo se hace referencia? ¿Al afectivo? ¿Al que une al maestro con su alumno en el acto pedagógico? ¿O al que privilegia el desarrollo de los contenidos curriculares como si nada hubiera cambiado? ¿Se trata de preservar el vínculo con las familias? ¿Preservar el vínculo de los niños con sus pares, que quedó suspendido de un día para otro? ¿Qué continuidad es posible exigir cuando el escenario es otro?

 

Podemos aventurar algunas respuestas cuando observamos, analizamos y comparamos los modos diversos en que se desarrollaron las actividades escolares. Sin duda no ha sido fácil para los docentes tomar decisiones sobre la selección de contenidos, la opción por la cantidad o la calidad, por el interés genuino de los niños o por el que impone la currícula, por las preguntas cerradas o las que abren a la imaginación y la creatividad; finalmente comprender que la acción de enseñar no puede reducirse simplemente a la asignación de tareas.

 

Es indudable que se siguió construyendo experiencia escolar en la medida en que cada docente encontró el modo de generar lazos sociales. Desde la maestra que cruza el río Paraná para llevar los textos y materiales escolares a los niños y las niñas de las islas hasta quienes toman el micrófono de las radios comunitarias algunas horas en la semana para desarrollar las clases allí donde no hay conectividad. Todos los días muchas escuelas están abiertas con el personal directivo, asistentes escolares y maestras y maestros que se suman en forma alternada y voluntaria para preparar y entregar las raciones de copa de leche y comedor escolar, además de tareas y textos. Así fue tomando forma la imperiosa continuidad de un vínculo a pesar de las limitaciones, con la convicción de que la escuela es mucho más que una pantalla o un dispositivo para la transmisión de saberes y que, como afirma Chendo, es “un espacio público que no estamos dispuestos a ceder porque estamos convencidos de que aula y gestos son los últimos refugios de una humanidad en riesgo”. Por las redes sociales circulan mensajes dirigidos a los docentes, voces quebradas por la emoción para decir “te extraño”, textos y dibujos que testimonian vínculos afectivos en suspenso; angustias y tristezas que sólo podrán empezar a sanar con la vuelta a la escuela.

 

Queremos considerar con especial cuidado la problemática de las infancias que, como lo expresan algunos autores, ha sido invisibilizada y silenciada por quienes toman las decisiones en este tiempo de ruptura de las rutinas cotidianas. Con un enfoque adultocéntrico para el manejo de la crisis, se ha puesto énfasis en la escolarización y en el discurso médico que desde el inicio ubicó a niños y niñas como “vectores” peligrosos de contagio, y permanecen invisibles y sin voz propia en el ejercicio de sus derechos. Hay un exceso de información con estadísticas de muertes que puede estar al alcance de niños, niñas y adolescentes sin la mediación de los adultos, acentuando sus miedos. Cabe considerar, además, la situación inédita que viven muchos jóvenes, en particular quienes han terminado la escuela secundaria y están en “modo espera”, sin poder empezar una carrera ya que no lograron integrarse a las propuestas virtuales ofrecidas por los institutos terciarios y universitarios.

 

Por su parte, Francisco Tonucci en diálogo con periodistas del canal santafesino expresó: “A los niños no les falta la escuela, les faltan sus amigos”. En el marco del proyecto de la Ciudad de los Niños, en el que Rosario participa desde 1996, ha pedido que se convoque a los Consejos de niños para conocer lo que piensan y sienten en las ciudades de Europa y Latinoamérica que integran la red. Niños y niñas dicen que la primera persona que irían a visitar es a un amigo, que les encanta la nueva vida familiar con mayor presencia de los padres en la casa y que están hartos de las tareas, cansados y aburridos de seguir las clases en la pantalla. “Lo peor del coronavirus es que se llevó lo mejor de la escuela y nos dejó lo peor: las tareas”. Tonucci nos invita a pensar al sujeto escolar dentro del ámbito hogareño para trabajar con los interrogantes que allí pueden surgir; aprovechar la casa como un laboratorio. Que las acciones con los padres sean las tareas verdaderas, no las del libro de texto ni la que llega desde la fría pantalla de la conectividad virtual.

 

Compartimos la perspectiva de quienes consideran que esta circunstancia transitoria que vivimos debería ser aprovechada como oportunidad para la transformación de las escuelas, y que la virtualidad que ahora ayuda para mantener el vínculo sea un complemento para enriquecer las propuestas pedagógicas. Como afirma María José Borsani es necesario revisar aspectos del sistema educativo que conservan aún formas homogeneizadoras como la anualización, gradualización y simultaneidad; priorizar la mirada subjetiva sobre cada alumno, respetando y valorando las diferencias que existen en cada grupo.

En nuestra provincia se desarrollan desde hace tiempo prácticas pedagógicas socioconstructivistas en las que se reconoce el valor de la pregunta, la provocación del que interpela, el trabajo cooperativo para la problematización, la experimentación y la búsqueda de respuestas. Muchas escuelas de todos los niveles cuentan con el personal docente formado para trabajar en comunidades de investigación y diálogo en torno a los temas que en este momento preocupan a niños, niñas y adolescentes: la salud, la enfermedad, el cuidado del medio ambiente, la muerte o el futuro, y las emociones que conllevan como la angustia, el miedo y la tristeza. También podrán recuperar con ellos las canciones, cuentos, historietas y películas que anticipan y recrean tiempos similares a los que estamos viviendo, lo que será enriquecedor para enfrentar la incertidumbre del día después.

 

Es el momento de dejar atrás las certezas y deponer el rasgo academicista de la vieja escuela tradicional. Recuperar el sentido de la escuela que es el de guiar, acompañar, apoyar, animar, abrir ventanas a otros mundos posibles.

(*) Dalmar Fay es psicóloga y profesora. Marta Vennera es licenciada en filosofía y profesora.

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