El problema es cuando el trabajo o la profesión es la forma de definirnos. Una persona es mucho más que lo que hace en su trabajo. Es muy raro que en una entrevista laboral se consideren valores morales o gustos o actividades intelectuales.
Estamos acostumbrados al que el trabajo se degluta nuestros horarios, y a “traicionar” ideas propias por dejar paso a ideales de la empresa.
El trabajo nos absorbe, hasta nos volvernos verdaderos camaleones que nos confundimos con nuestros jefes o autoridades.
Algunos están contentos y trabajan mucho pero muchos otros no lo están y también deben hacerlo, por no tener valor o no tener otras alternativas.
Los jóvenes y los que apenas han pasado los cuarenta años cada vez encuentran menos lugares en la escalera laboral.
Muchos aún asentados en su trabajo intentan buscar una segunda oportunidad en búsqueda de la felicidad. Pero a veces se está tan ocupado que no hay tiempo para pensar, otros odian lo que hacen pero no se molestan en cambiar. Otros no están dispuestos a resignar poder o valor económico en busca de la paz y la alegría deseada.
Esta nota no intenta ser un alegato en contra del trabajo ni muchos menos.
Si es un pequeño llamado al debate, para entender que menos puede ser más…