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Opinión

''Nos ha cambiado la forma de vivir y tenemos que cambiar la forma de morir''

La
frase del título pertenece a Alfredo Gosálvez, secretario general
de la Asociación Nacional de Servicios Funerarios de España, y
resume la realidad difícil y dolorosa de tener que despedir un ser
querido en medio del aislamiento que nos impone la pandemia. Por
Héctor Sierra.
Agrandar imagen Imagen Ilustrativa. Fuente: Internet
Imagen Ilustrativa. Fuente: Internet

La

enfermedad que nos acosa obliga a cambiar profundamente los rituales

con que enfrentamos la muerte. Cambian los modos tradicionales a los

que estamos habituados y estos cambios plantean una exigencia

emocional mayor para elaborar la situación de duelo sin los recursos

que contribuyen a mitigarlo.

Los

rituales son procedimientos que tienen una fuerte carga simbólica

que posibilita la expresión de sentimientos y pensamientos en

relación a los hechos significativos que marcan la vida de las

personas. No hay hecho importante en la vida de la gente que no esté

significado en una ceremonia predeterminada: bautismos,

confirmaciones, casamientos, graduaciones, premios y castigos todos

tienen su liturgia.

Los

rituales frente a la muerte, como caso particular, son tan antiguos

como el hombre, existen en todas la culturas bajo las formas más

disímiles y su comienzo se pierde en la nebulosa de la prehistoria.

Algunos

sostienen que es precisamente algún tipo de ritual frente a la

muerte lo que define entre otras cosas la condición humana. El

hombre es el único que llora a sus muertos y guarda memoria de ellos

por el resto de su vida.

El

velorio, el cumplimiento o no de algún rito religioso, el

acompañamiento final al cementerio es un procedimiento para

despedirnos de la persona que muere.

Abrazarnos

con amigos y familiares, sentirnos acompañados por otros que sufren

y se conduelen por la pérdida, acercarnos al féretro, ver y tocar

por última vez al que se está yendo son los pasos que damos para

iniciar el duelo, reforzando el principio de realidad que confirma

que el otro realmente murió.

Si

las circunstancias obligan a prescindir de estos pasos, si el riesgo

de contagiarse y de expandir la enfermedad nos imponen unasupresión

del ritual y su reemplazo por un procedimiento más austero, más

pobre, cargado de otros simbolismos que refuerzan la negatividad y el

dolor, entonces tendremos que encontrar otras maneras de tramitar el

sufrimiento.

De

las muchas acciones que articulan el ritual frente a la muerte la más

importante es hablar. Las palabras, decía Kipling, son la droga más

poderosa inventada por la humanidad.

En

los velorios hablamos. Hablamos del muerto, de sus virtudes, contamos

anécdotas de todo tipo algunas graciosas que nos sacan una sonrisa,

otras curiosas, otras dolorosas, secretas o conocidas por todos. Este

“parlare” es el procedimiento más común y permite

despedirse

del difunto como si se fuese yendo lentamente. No es raro que en esas

conversaciones sigamos hablando del fallecido con los tiempos

verbales que usamos para los vivos. “Juan siempre me dice”,

perdón, me decía.

La

charla que pone en palabras al otro, al muerto, nos ayuda a aliviar

nuestro sufrimiento, nuestra culpa por seguir vivos o por no haberlo

acompañado lo suficiente en sus últimos momentos.

La

imposibilidad de cumplir una parte del ritual, el velorio, el

encuentro con familiares y amigos, no nos impide hablar. La

tecnología abre la opción de iniciar un intercambio con los más

cercanos, contarnos cosas, intercambiar fotos y videos, presentificar

al que se fue como una manera alternativa de despedirnos privados de

su presencia final.

El

muerto debe quedar anudado a la trama de una historia que nos ayuda a

mitigar el sufrimiento.

Muchas

veces tenemos con los muertos asignaturas pendientes. El abrazo que

no le di, la ayuda que no le presté, las cosas que no le dije, el

perdón que nunca le pedí. No es bueno quedarnos con esto como un

peso que nos daña. Escribámosle una carta. Una carta donde le

decimos todas estas cosas. Una carta que nunca vamos a mandar pero

que es otro modo de ritual de despedida que alivia el sufrimiento.

Cuanto

todo esto pase -tarde o temprano volveremos a nuestra vida normal-,

si tenemos la necesidad podremos realizar el ritual que hemos

postergado. Una misa en memoria del difunto donde concurre toda la

familia y los amigos, una visita al cementerio con los máscercanos,

una reunión familiar para comer las cosas que al muerto le gustaban

y recordarlo con menos tristeza.

Tal

vez tengamos que ponernos en el lugar del que murió y preguntarnos

que querría él para nosotros. Con seguridad desearía que sigamos

vivos y en lo posible, felices. No deberíamos decepcionarlo.

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