La caravana militar que transportaba los esclavos, se detuvo. Un recio y experimentado Centurión aún con su brazo en alto llamó a su asistente. El legionario se aproximó para recibir instrucciones y con órdenes precisas, comenzaron los trabajos de defensa. Faltaba poco tiempo para que caiga el sol y ése lugar era el adecuado para emplazar el campamento. En los bosques de Britania el calor era pegajoso en esa época del año y los insectos enemigos temibles, además cualquier lugar podía ser una trampa mortal para los incautos. Extrañaba los baños romanos de aguas calientes, cuánto deseaba esas exóticas mujeres en tabernas atestadas de emociones, con esa mezcla sabrosa de alcohol y amigos de una noche; las luchas en el circo y la adrenalina que emborrachaba la anárquica multitud. ¡Ah!?hacia tanto tiempo había salido en esa misión endemoniada; ya no soportaba más ese lugar tan primitivo, rodeado de salvajes semidesnudos que vivían sobre los árboles o en cuevas como animales. Sólo lo animaba estar regresando con la misión cumplida, la recompensa de diez talentos de oro le permitiría comprar la libertad de su amada, una hermosa y fogosa esclava de origen tracio. Todo había salido a la perfección, llevaba consigo a la prisionera especialmente pedida por su superior, una hechicera maloliente del pueblo celta. Sabía que debía llegar a Roma en buenas condiciones porque esta mujer tendría que curar al hijo del Tribuno, el pequeño agonizaba de una extraña enfermedad. Sintió alivio cuando vio las altas alamedas de la vía Apia. Eso le indicaba que solo faltaba medio día de camino, al fin llegó a la ciudad, el niño fue atendido rápidamente y se curó. En agradecimiento la bruja celta fue declarada libre y además recibió una recompensa en oro que la convirtió en la mujer más rica de la época. Pasaron siglos y los descendientes sólo en el número de uno por generación fueron heredando sus poderes. La última, recibió como gratificación por sus servicios de parte de un joven alemán, tierras ubicadas en un paraje desconocido de Sudamérica. Ella las aceptó no por su valor económico sino que esto le permitiría refugiarse de la persecución religiosa que avanzaba sobre Italia en ese momento. Así es que un día decidió emprender el viaje e instalarse en lo que hoy conocemos como la ?Placita Honda? de la ciudad de Rafaela. Esta astuta mujer construyó una humilde vivienda de madera con el fin de no llamar la atención y ocultar así su verdadero origen tanto como el enorme tesoro que poseía. El tiempo transcurrió el pueblo fue creciendo, pero ella no se relacionó con nadie, vivía sola con su perro Fluvio, un inseparable y feroz mastín napolitano. Sólo era visitada regularmente por Simón, la única persona autorizada a entrar a su propiedad; que le proveía de los alimentos necesarios para vivir, colaborando también en algunos trabajos menores. Simón fue aceptado de inmediato por ella que conocía mucho de las personas y sus miserias, con sólo verlo advirtió su espíritu bondadoso y sus deseos de transformar sus energías en un futuro venturoso. El joven respetaba mucho a la anciana por su sabiduría, hablaban siempre en un dialecto italiano que entendía a la perfección, enterándose que jamás pudo contraer matrimonio. En sus conversaciones lentamente fue conociendo su historia, supo que varios hombres estuvieron a punto de desposarla pero siempre descubrió que el amor no era sincero. Se enteró de su desesperación por tener el hijo que no consiguió, a pesar de haber buscado a un padre sin descanso. Al fin, la fruta de la vida fue madurando hasta el momento en que cayó y ella se resignó a ser la última de su linaje. Un día el joven llegó con su carga habitual y la encontró parada entre la espesura de los árboles con sus piernas sumergidas entre las plantas. Estaba completamente desnuda, con su cuerpo, su rostro y manos pintados de color azul. Con su mirada le pidió que se aproxime, su voz apenas audible le susurró al oído que debía partir. Él comprendió de inmediato que ya no la vería más, sintió pena por ella, esa vieja desconocida lentamente había sabido ganarse su corazón. Cuando regresó a la precaria vivienda, vio sólo a Fluvio sentado al lado de una pequeña mesa de madera, bajo una galería natural formada por varias glicinas florecidas. No se molestó en buscarla, sobre la rústica mesa se hallaba un pequeño cofre de metal, dentro de él encontró una carta manuscrita de pésima caligrafía y unas cuantas monedas de oro muy extrañas. Si bien no eran grandes el peso era considerable, se sentó y comenzó a leer la nota con mucha dificultad, tratando de descifrar el mensaje. Cuando terminó tomó la hoja de papel y la quemó como decían las instrucciones. Su amiga le había pedido que cuidara del perro respetando la decisión de su destino. Además le anunciaba que sería visitado por un notario, éste le entregaría el título de todas sus posesiones a su nombre. También le informaba sobre un inmenso tesoro enterrado dentro de la finca que ahora le pertenecía. El tesoro era suyo, pero sólo lo obtendría si lograba vencer los defectos que poseía, de lo contrario la persona que lo consiguiera obtendría parte de él. Para ello debía dominar los demonios propios, el Egoísmo, la Codicia y la Vanidad. Simón meditó el mensaje, era joven pero una persona práctica, no creía en cosas esotéricas, ni en conjuros o falsos profetas. Si había un tesoro enterrado él lo encontraría, desde pequeño se educó con normas claras, conocía la diferencia entre el bien y el mal como así también que lo opuesto al trabajo era la pereza. Con esas reglas simples había progresado poco a poco en la vida y ésta no sería la excepción. Alimentó al perro día tras día pero el animal se negó a comer, solo bebía agua y se sentaba frente a la puerta de la casa. Al poco tiempo cuando recibió el título de la propiedad, llevó herramientas, un carro más grande y carretillas para comenzar a excavar. En la mañana que arribó con las cosas advirtió que el mastín se había marchado, entonces recordó la nota de la vieja donde le pedía que respete su decisión, se lamentó por lo bajo y aceptó su destino. Trabajó sin descanso cavando y cavando, nada lo detendría, para no despertar sospechas en la población transportaba la tierra al sur de la ciudad, donde hoy es el barrio Ilolay, para luego transformarla en ladrillos que vendía. La ciudad crecía vigorosamente y esto aumentaba la demanda de su producto. Pasaron muchísimos años de duro trabajo pero jamás pudo encontrar el tesoro, como resultado de la excavación se formó una enorme cava. A la muerte de Simón los herederos donaron el predio y la municipalidad construyó la placita, desde ese momento fue un lugar de descanso y reflexión para todas las personas que lo deseen. Se comenta en el barrio que en algunas noches sin luna, prestando mucha atención se logra escuchar como alguien excava y protesta en soledad. Unos pocos vecinos, los más viejos, a los que la vida les ha otorgado sabiduría, cuando cosechan los repollos de su quinta, han encontrado una fina hoja dorada. Otros que han acudido a la fuente de la placita a pedir por los deseos más nobles, vieron sorprendidos pequeñas moneditas de oro en el fondo. Ese oro encontrado debe ser bien usado y con rapidez, no debemos olvidar que es de Simón y todavía lo está buscando.
Carlos Pedemonte
DNI: 13854313