Me quedan en la memoria los momentos pasados de aquellos días que vivíamos en “libertad” (previa Pandemia) y también de aquellos días que transité en el hospital Jaime Ferré... Lugar que se transformó para mí y para mi familia en un reloj de arena húmeda, donde las horas no pasaban hasta no tener el parte médico esperando la buena noticia que no llegaba nunca y donde volvíamos cada día, a la misma hora y en ocasiones más de una vez para poder acompañar de alguna manera a papá.
El hospital, lugar donde se oían y veían diferentes historias, dejó entrever realidades… esas mismas que (aunque parezca una frase armada) “no las ves si no te pasa”. Por este motivo hoy quiero contarlas, porque es importantísimo que todos empecemos a “cambiar” y a “ver” sin necesidad de que nos pase, necesitamos ser conscientes de la situación que estamos atravesando en todo el mundo y del trabajo que el personal sanitario realiza.
Mi papá ingresó al hospital Jaime Ferré un viernes por la tarde, desde un traslado de otra localidad que no cuenta con terapia intensiva. Desde ese momento quedó en manos de los médicos, kinesiólogas y enfermeras/os que trabajan de forma incansable, con mucho amor y profesionalismo… Me atrevo a DAR FE de ello, me atrevo a gritarlo a los 4 vientos porque lo pude ver, también porque aquellos pequeños momentos que pude acompañar a mi papá fue él quien me dijo a través de señas y en muy pocas palabras el arduo trabajo que hacen cada día, el buen trato, el amor, los cuidados, la buena energía y la alegría que transmiten a cada uno de los pacientes.
Mi papá no pudo contra el Covid, no logró vencer este virus tan agresivo que vino para destruir familias… Su partida me duele en el alma, y estoy muy segura que su partida también fue un golpe duro para todo el personal de salud, al igual que cada uno de los pacientes que no logra mejorar y avanzar. Por eso, además de preguntar al cielo por qué me lo llevó, pienso en lo que esta experiencia me dejó: la sala de terapia intensiva y el trabajo que hacen quienes allí trabajan. Entonces me pregunto: ¿Cuántas cosas han vivido las zapatillas de una enfermera y las de un médico? ¿Cuántos kilómetros vienen recorriendo entre las entradas y salidas de las habitaciones de los pacientes? ¿Cuántos desvelos los/las acompañaron? ¿Cuántas horas los/las habrán sostenido mientras salvan las vidas de aquellos que amamos o sostienen la mano de aquellos que ya no pueden luchar más? Desde muy chiquita respeté, admiré y valoré a estos superhéroes asombrosos, pero creo que hoy más que nunca necesitan un reconocimiento de todos… En este contexto de pandemia cada persona que forma parte del personal de salud debe saber y sentir que son valiosas… que son irremplazables. Hoy más que nunca es necesario agradecer el labor, la dedicación, el amor a lo que hacen.
En estos 23 días, momentos tan duros que me ha tocado vivir a mí y a mi familia, he sentido todo el apoyo, fuerza, cariño y sensibilidad de los profesionales médicos (Dr.Trevisonno, Alberto; Dr. Vitelli, Julián; Dr. Pintos, Daniel) enfermeros y enfermeras (en especial Gabriela Baumann) kinesiólogas e incluso el personal de seguridad que nos recibía cada día, cada tarde en el hall de entrada con mucha amabilidad, comprendiendo la situación que atravesábamos. ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS desde lo más sincero de mi corazón en nombre mío, de mi mamá, hermana y pareja por todo su esfuerzo, trabajo, cuidado y amor hacia mi papá!
A quienes estén leyendo esto… les pido por favor ¡Cuídense! ¡Cuiden a sus familiares de este virus! Porque lo más horrible de esta enfermedad es que te aísla, te aleja de tus seres queridos y muchas veces para siempre… Les pido también que como sociedad fortalezcamos el reconocimiento que merece el personal de salud, porque muchos de ellos se encuentran en primera línea en la batalla contra el Covid a diario y es realmente muy difícil poder ganar si en la sociedad no se genera conciencia…
Maia Vanina Mansilla DNI: 32673165