Queridos hermanos, al celebrar el amor de Dios, manifestado en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se hacen presentes en cada Misa, lo primero que nos ha dicho la Palabra de Dios es: “Acuérdate del largo camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer por el desierto durante esos cuarenta años, allí él te afligió y te puso a prueba, para conocer el fondo de tu corazón y ver si eres capaz o no de guardar sus mandamientos”. “Te alimento y te dio de comer el mana”. “No te vuelvas arrogante, ni olvides que el Señor te hizo salir de la esclavitud”
Antes que nada “tener memoria”, es por eso que a la eucaristía también se la llama . Vivir la espiritualidad eucarística nos exige no ser frágiles de memoria, cayendo en el olvido de quién es Dios para nosotros, perdiendo la experiencia de su en medio nuestro a lo largo de la vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él”.
Él camina a nuestro lado, preocupándose por nuestro crecimiento como personas, probándonos, como se prueba al fuego los materiales resistentes. Es como un padre que busca fortalecer a sus hijos, preparándolos para una vida digna, no solo en la exterioridad física, sino fundamentalmente en lo profundo del ser, allí donde se originan los sentimientos del alma, que dan vida a las virtudes más nobles, humanas y espirituales, para ser verdaderas mujeres y hombres, capaces de afrontar la vida con grandeza de espíritu, con una vida sencilla, humilde y pobre, como es la misma eucaristía en su signo del pan y del vino, y en su realidad más profunda y cierta que es la presencia de Aquél que se abajó, que se humilló, que siendo Dios, se hizo hombre, y en cada Misa se entrega como Pan vivo bajado del Cielo, para la Salvación de todos nosotros.
Alimentarnos con su Cuerpo y Sangre nos ayuda a vivir con serenidad, sin eludir el esfuerzo y fatiga que lleva al gozo de terminar cada día, habiendo vencido las adversidades y contrariedades de la vida, sin perder el humor y la alegría de vivir en paz, en familia, siendo coherentes con los principios evangélicos que sostienen nuestro existir, aun cuando muchas veces haga falta nadar contra corriente, alimentados también por el mana amargo de las circunstancias del país y del mundo, pero sostenidos por este Memorial de la eucaristía que aumenta y fortalece la fe, ayudándonos a vencer, por un lado, las adversidades en la familia, en el trabajo, que nos pueden llevar a la depresión, a la angustia o al encerramiento enfermizo del individualismo; o por otro lado, cuando las cosas nos van bien, caer en la autosuficiencia, y terminar en la idolatría del dinero, de la vanidad enfermiza de creerte más que los demás.
La eucaristía, nos hace , en la misma vida de Cristo, vida nueva del Resucitado, que posibilita que nosotros podamos vivir en plenitud, sin necesidad de tener que acudir a los salvadores de estos tiempos, llámense , , , , o la que todo lo puede controlar y dirigir. La eucaristía, desde niños, nos ha traído la libertad de los hijos de Dios, y en la catequesis de los padres y de los hijos, se vive la sencillez de un Dios humilde que enseña mucho más con su pobreza y pequeñez, manifestada en la Cruz, y que su omnipotencia y poder son fundamentalmente su ternura y misericordia, manifestada en su resurrección, y en cada eucaristía, regalándonos la Vida Eterna.
Al comer su Cuerpo, Cristo se identifica de tal manera con nosotros, que se hace uno con nosotros divinizándonos, transformándonos a todos, en verdaderos Hijos de Dios y formando un solo cuerpo con El y por lo tanto, hermanos, entre todos nosotros. Ven ,queridos hermanos, lo que nos une, no es un , ni una , ni una o , lo que nos une como hermanos. Como nos acaba de decir el apóstol S. Pablo, es la comunión con la sangre de Cristo, esa Sangre derramada por amor, que fue capaz de vencer la división, el enfrentamiento, la discriminación, haciendo de la división, la unidad, la alegría y la paz entre los hombres.
Qué bueno, queridos jóvenes, que Jesús eucaristía pueda permanecer siempre en el corazón de ustedes, y hacer la unidad en sus vidas, abrazándolos y animándolos a que, sin perder la identidad, puedan mirar el futuro con esperanza; capaces de seguir construyendo esa vida Nueva, donde la Iglesia pueda ser en ustedes profundamente significativa, por la diversidad; haciendo la cultura del encuentro, de la cercanía, la alegría y amistad, de pensamientos de ideas, de trabajo y de proyectos, para la humanidad que busca cómo salir de sus miedos y esclavitudes de la droga, de la trata, del trabajo infantil , de violencias, inseguridades, guerras, levantar muros a los inmigrantes, falta de trabajo, del hambre de casi 5 millones de niños en nuestra tierra, una de las más productivas del mundo.
Hermanos, para los primeros cristianos era imposible vivir sin la eucaristía; es lo que le pedimos a nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe, que nos dé siempre a Jesús.
Luis Fernández. Obispo de Rafaela.