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Cultura y Espectáculos

Los sueños y los hechos

Por Marcelo Allasino. Cuando elegí a las artes escénicas como camino para andar mi vida, ni en Rafaela ni a cientos de kilómetros alrededor había posibilidades de estudiar teatro. Con lo que ganaba haciendo diseño gráfico en una agencia de publicidad, y usando los días por adelantado de mis vacaciones, empecé a viajar a Buenos Aires a tomar clases

Mi formación se fue construyendo por fuera de los espacios académicos y tuve que ir diseñando mi propio trayecto. Al tiempo inventé un taller y se armó un grupo, y junto a ellos inventamos un espacio e invitamos a otros a dar seminarios y ofrecer sus obras.  

 

Pasaron más de 20 años y el sueño de un espacio propio se transformó en lo que hoy es el Centro Cultural La Máscara, una casa-teatro (como la denomina Gustavo Mondino en su obra “Nombrarte Recuerdo”) que alberga desde hace décadas sueños que se transforman en obras.

Pasaron algunos años más y en mi ciudad se creó, por iniciativa de Omar Perotti, una universidad pública: la UNRAF. Por la misma época me ofrecieron ser director del Instituto Nacional del Teatro, y decidimos sumar esfuerzos a través de proyectos de colaboración.  

Charlando con Rosario Cristiani se nos ocurrió crear una Diplomatura Universitaria de Teatro que le permitiera a docentes formados en distintos campos (y a aquellos que ejercían la formación teatral en espacios no académicos), realizar una formación sistemática, con el respaldo de esa incipiente casa de altos estudios. Un nuevo sueño. Se convocó a María Eugenia Meyer, quien contaba no sólo con una gran experiencia docente sino también con una destacada carrera académica y una gran experiencia artística, para que la coordinara. Se trabajó en el plan de estudios y se diseñaron los contenidos. Se convocaron docentes de primera línea, que además tenían historia y vínculo con el hacer teatral local y se conformó un equipo de lujo, con María Eugenia, Gabriela Guibert, Romina Mazzadi Arro, Claudia Cantero, Juan Parodi. También fui invitado a sumarme, y decidí hacerlo ad-honorem, porque entendía que esta tarea, además de honrarme, sería una extensión del servicio público que estaba ofreciendo como director del INT y por el cual ya percibía mi sueldo mensual.

Se inscribieron 50 alumnes de Rafaela y zona, quienes cursaron con devoción los tres cuatrimestres que le dieron cuerpo a la primera cohorte de la Diplomatura Universitaria de Teatro para Docentes.  

Tuve la responsabilidad de guiar a 23 egresantes en su trabajo final, en la cátedra de Laboratorio Creativo. Docentes de distintas edades, distintas experiencias, que viven en distintas ciudades y dan clases de las disciplinas más diversas.  

Tuvimos siete encuentros para desarrollar el proceso. Hablamos y discutimos sobre el contexto actual, sobre la realidad que nos atraviesa en la escala local, nacional e internacional, compartimos ideas sobre las experiencias artísticas que más nos conmovieron en nuestras vidas, y concluimos colectivamente que nuestro trabajo, nuestra humilde “obra”, intentaría hablar (balbucearía) sobre luchas colectivas, sobre docencia, basura, inmigración, sobre lo mal que está todo, hablaría de violencia, de pobreza, de lo que no se ve y no se escucha, de los cuerpos, de las noticias sin sentido, de lo documental... 

Cada quien se abrió con generosidad y ofreció sus ejercicios dramatúrgicos, sus trabajos interpretativos, y una importante recopilación de materiales visuales que fueron inspiración y materia sobre la cual creamos, entre todos. Y así surgió una obra que no tuvo nombre, y que el pasado 2 de noviembre ofrecimos en el Centro Cultural La Máscara con gran emoción para cerrar este ciclo que ya está proyectando su segunda edición, y le abrirá la puerta a otras y otros docentes-alumnes. 

Por esto y por tanto más, mi profundo agradecimiento a las autoridades de UNRAF, a su rector Rubén Ascúa, a su vicerectora Rosario Cristiani, a su secretario académico Jorge Rodríguez y todo el equipo entusiasta y cálido de la universidad pública de mi ciudad. Gracias al equipo docente, y gracias a las alumnas y los alumnos de esta primera cohorte por la entrega y por permitirme aprender juntos. Gracias.

La obra sigue en busca de ser nombrada, porque nos reunió, nos movilizó y nos llenó de esperanzas en ese camino que el teatro sabe trazar muy bien: el de hacer que los sueños colectivos encuentren forma y sean realidad.  

 

Marcelo Allasino

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