Cabe preguntarse lo que nos está sucediendo como sociedad, especialmente en el plano emocional, con la selección de fútbol. Más allá de los extraordinarios logros deportivos, la obtención de la Copa América primero y luego la Copa del Mundo, invito al lector a reflexionar acerca de lo que pareciera trascender lo meramente futbolístico.
Desde mi perspectiva, considero que se instaló un nuevo paradigma de equipo y de liderazgo. Probablemente estemos sorprendidos y no esperábamos semejante nivel de desempeño, en lo deportivo y en lo humano.
Se trata de un equipo con coraje, humilde, solidario, colaborativo, muy competitivo, veloz, orientado al logro y con “valores”. Esto último es de máxima importancia ya que los valores funcionan como “vectores” que dan sentido, dirección y trascendencia, tan ausente en muchos equipos y liderazgos actuales.
El jugador “estrella” de la selección se reafirmó definitivamente como líder, con un perfil bajo, pero firme y ejemplar. Se amplía su grandeza y se fortalece su humildad. Fue quien salió a defender al grupo tras la primera derrota, destacando que “había que confiar en el equipo”. Tenía razón.
No adjudicó la responsabilidad en el “otro”. “Ahora”, dijo, “sólo depende de nosotros”. Y resultó ser verdad. Se corrigieron errores. Todo esto resultó auspicioso y movilizador. No estamos acostumbrados a escucharlo de otros líderes, de diferentes ámbitos y edades.
Un líder debe dar ejemplo, siempre. En este caso, la principal figura, dio lecciones de lo que significa la constancia, la persistencia en la acción hasta llegar al objetivo, la perseverancia, la templanza y esencialmente ser un inspirador del desarrollo del potencial de sus compañeros. Esa dinámica emocional en un campo de juego es extraordinaria. Entre la primera derrota sufrida y el desempeño en la final, se observó una evolución superadora del trabajo en equipo. No hubo magia, relato, improvisación y menos aún, egocentrismo.
Hubo un gran trabajo, esfuerzo, dedicación, disciplina, aprendizaje, meritocracia, pertenencia y entusiasmo. Hay que encontrar en el historial de finales de mundiales una jugada como el segundo gol de Argentina: velocidad, precisión, memoria colectiva y una definición antológica. Una obra maestra del equipo.
Muchos argentinos se identifican con esa forma de trabajo, de “hacer las cosas bien y con valores”. De allí que haya habido tanta “química” de todo el colectivo social con este equipo. Es factible que esto constituya un modelo que se quisiera ver reflejado en el “espejo argentino”, que aún sigue fragmentado.
Por otro lado, sabemos que detrás de un gran plantel siempre hay un cuerpo técnico que tracciona para trabajar de la mejor manera posible. Lo hubo, con los mismos valores y espíritu de equipo. Una conducción técnica atípica, con escasa experiencia en comparación con otros pares. Sin embargo, pudieron observar, evaluar y escucharse entre sí. Esto generó sumar y plantear las mejores alternativas tácticas en cada partido. La combinación lograda facilitó la sinergia de los jugadores para alcanzar los mejores resultados. Además, se confió abiertamente en el talento de los jugadores que se iniciaban en la selección, pero con enorme potencial y motivación.
Los festejos en todo el país fueron multitudinarios. Nunca había sucedido algo así, de semejante magnitud. Fue único y emocionante. Prevaleció un clima de unión y esto se percibió en esa caravana que acompañaba al micro del plantel. Geométricamente parecía una misma “pieza”, figura impensada en el contexto social actual. Una sociedad que, atravesada por la inflación, la pobreza, la corrupción y la delincuencia, requería sentirse “orgullosa” de algo valioso y que valiera la pena De allí esa necesidad imperiosa de acercarse a los jugadores, para agradecerles la epopeya y salir, aunque sea por un corto tiempo, del estado de resignación.
Los jugadores interpretaron muy bien este mensaje. Y si bien priorizaron “estar junto a sus vínculos afectivos más cercanos, también ellos sintieron la necesidad de estar muy próximos a todos los argentinos, “compartir la alegría” y eso caló profundamente en el “tejido y humor social”.
Esa impronta generó aún mayor sinergia en esa “pieza única”, que ya adquiría vida propia a esa altura de las circunstancias.
Es difícil predecir el alcance de todo lo vivido y menos aún de aquello que adquirió como síntesis emergente, autonomía. Por lo acontecido, queda en evidencia una sociedad que demanda otro ánimo, sentirse unida y motivada. Sólo así, podrían darse las condiciones para hacer frente a los desafíos que vienen. Ese ánimo, se vio reflejado en la actuación de estos jóvenes, que cumplieron con el objetivo anhelado por todos.
Estos jugadores, verdaderos ídolos se consagraron en héroes, que también querían festejar y compartir con “todos”, sin distinción de ninguna naturaleza. Desde hace mucho tiempo la sociedad, sumergida en frustraciones permanentes y un marcado deterioro, está necesitada de héroes genuinos que despierten la llama “de volverse a ilusionar”. Sólo así se puede sembrar la esperanza de que es posible estar unidos, mejorar y conseguir metas valiosas para todo el colectivo social.
Es altamente probable que todo lo vivenciado tenga un alto impacto en las nuevas generaciones, que vieron en estos jugadores un modelo a seguir. “Los nuevos líderes ya llegaron…, son distintos, con valores y hasta cercanos”